A medida que la niebla de la
aurora se difuminó, dando paso a la edad de la memoria, el semidiós Cenarius
continúo su marcha a través de los campos del mundo. Los Shu’Halo o tauren se
mostraban muy apesadumbrados por su marcha y, finalmente, olvidaron l mayor
parte de los quehaceres del druida que Cenarius les había enseñado. Cuando
pasaron generaciones, terminaron por olvidar como hablar con los arboles y los
seres salvajes de la tierra. Los oscuros murmullos de las profundidades de la
tierra rozaron sus oídos una vez más.
Si bien los hijos de la tierra
liquidaron lso malignos murmullos, una terrible maldición cayo sobre las tribus
nómadas. Desde las oscuras tierras del oeste llego una horda de criaturas
asesinas: Los centauros. Caníbales y saqueadores, los centauros cayeron sobre
los Shu’Halo como una plaga. Aunque los valientes y cazadores Tauren lucharon
con la bendición de la madre tierra en sus corazones, los centauros no pudieron
ser vencidos.
Los Shu’Halo fueron obligados
a dejar sus hogares ancestrales y a vagar por las interminables planicies como
nómadas para siempre. Se decía que algún día esperaba regresar y que las
dispersas tribus de los Shu’halo volvieron a hallar un nuevo hogar en los
amorosos brazos de la madre tierra.
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