Perlas de conocimiento II
En cierta ocasión, un señor de
la guerra mogu se volvió lo bastante poderoso para amenazar a todo el bosque de
jade.
“¡Reconstruiré el imperio
mogu!”. Proclamó ante las puertas del templo del dragón de Jade. “Y los
vuestros volveréis a dedicaros a servir”
Desde las almenas se escuchó
la voz de un solo monje: “¿A cuántos mogu traes para retarnos?”
“¡tengo un ejército de cien
mogu!”, desafió orgulloso el señor de la guerra.
“Pues tras estos muros tenemos
quinientos”, dijo el monje, confiado.
El ejército mogu se empezó a
inquietar y comenzó a cuestionar a su líder. Al final, sus corazones se
llenaron de dudas y todo el ejército huyó.
¡El señor de la guerra estaba
furioso! Abandonó el templo y buscó a sus aliados mogu. Tras muchas
discusiones, amenazas, promesas y oraciones, el mogu volvió a reunir a su
ejército.
Ante las puertas del templo
del dragón de Jade, el señor de la guerra mogu gritó: “Traigo a seiscientos
mogu para desafiar a tus quinientos míseros defensores”.
Desde las almenas se escuchó
la voz de un solo monje: “¿No habíamos mencionado que cada uno de nuestros
monjes tiene un dragón oculto que se alimentan de mogu? ¡Siempre están
hambrientos!
Como respuesta, el ejército
mogu volvió a disolverse, dudando de su determinación y escondiéndose en el
interior de la región.
¡El señor de la guerra estaba
furioso de nuevo! Intentó volver a reunir a sus tropas. Pasaron muchos años,
pero volvió, y esta vez con una legión de mogu y quilen y armas robadas de las
tumbas de sus antiguos emperadores.
“¡Arrodillaos, suplicantes!,
traigo mil mogus y quinientos quilen a vuestras puertas. Tengo armas mágicas y
poderes oscuros que invocar”
Desde las almenas se escuchó
la voz de un solo monje: “¿Y ya habéis encontrado a nuestro espía? Es de los
más listo”.
En ese momento los soldados
emepzaron a mirarse los unos a lso otros. Todos sospechaban que alguien podía
ser un espia. Entre los mogu no existe la confiaza, solo la fuerza y la
agresividad.
La guerra se desató ante el
templo de Jade cuando los mogu empezaron a matarse entre sí, liberando toda la
fuerza de sus dudas, el temor, el odio, la violencia y la desesperación.
Cuando el humo se disipo solo
quedo el señor de la guerra ante sus puertas. Había matado a muchos de sus
antiguos aliados, y se quedó sin amigos que le ayudaran a reclamar el trono.
Del templo del dragón de jade
salió un solo monje pandaren que observo la escena de la batalla y se dispuso a
limpiar el desastre.
“¿Dónde está tu ejercito?”,
preguntó el señor de la guerra.
“Lo has traído contigo”, le
dijo el monje con una sonrisa. “Amigo, si vas a asestar el primer golpe, ya has
perdido”
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