LA ÚLTIMA BATALLA
En una
época convulsa, donde la supervivencia de sus pueblos penden de un
hilo, un grupo de valerosos héroes unen sus fuerzas para
salvaguardar la integridad de una maltrecha Horda. Quincy una
legendaria cazadora orca, superviviente de cientos de aventuras y
líder de un pequeño grupo de héroes, guió a sus hermanos por los
túneles excavados en Sima Ígnea, bajo las profundidades de
Orgrimmar, hasta encontrarse cara a cara con el gran reto final de su
aventura, derrotar a Garrosh Grito Infernal y hacer justicia para el
pueblo de la Horda.
Thrall
se había adelantado y se enfrentó a Garrosh, pero éste, imbuido
por el poder del corazón de Y'Shaarj que pendía del techo abovedado
de la sala del trono derrotó a Thrall, que se tuvo que retirar
mientras los valerosos héroes llegaban. A las puertas de la batalla
estaban reunidos en torno a su líder los otros nueve miembros de la
expedición. A la derecha de Quincy se encontraba un maestro del
cambio de forma, un protector de la naturaleza, el tauren druida
Razar; a su lado con la mirada perdida en la puerta que los separaba
de su batalla final estaba Markilol, un valeroso guerrero orco caído
en una sangrienta batalla y levantado como Caballero de la Muerte
cuyo dominio de sus dos espadas gemelas recubiertas de escarcha era
legendario en todo Azeroth; a continuación, apoyado en su cayado, se
encontraba la goblin Xerp, una de las mayores sacerdotisas sombrías
que había dado la horda, pues su dominio de los hechizos oscuros y
el control mental la convertían en un temible adversario para sus
enemigos. A la izquierda de Quincy, la monje Pandaring, la última en
unirse a la expedición que con sus poco ortodoxas pero efectivas
habilidades curativas se había ganado el respeto del grupo; junto a
ella se hallaba otra pandaren, Buji, quien había optado por seguir
el tradicional camino de la disciplina para proteger a sus aliados.
No eran pocas las veces que se podían ver a estas dos pandaren
discutir acaloradamente sobre quien ayudaba mas a la expedición, si
las auras protectoras de Buji, o las novedosas técnicas de
Pandaring. Sin llegar nunca a una conclusión firme que pusiera fin a
la disputa las discusiones se repetían casi a diario. Pese a sus
diferencias, su coordinación durante las numerosas batallas
disputadas habían salvado al grupo de mas de una muerte segura.
Detrás de ellas estaba el solitario cazador Bullx, mas preocupado de
acariciar a su mascota que de rodearse de sus compañeros. Podría
parecer una desventaja el tener un cazador tan reservado e
independiente pero su dedicación a las mascotas hacían que fueran
tan temibles en la batalla como cualquier guerrero Kor´Kron. Justo
enfrente de Quincy se encontraban los tres últimos componentes del
grupo. El temible brujo no muerto Arsiel, un sembrador del miedo,
otorgador de los mas terribles maleficios, dominador de la corrupción
y alimentador de la vida a través de la muerte. Junto a él
intentando quitarse al diablillo del brujo, que sin respeto ninguno
se le subía por las hombreras bajo la maliciosa mirada de su dueño,
se encontraba una orca que había dejado mas viudas en Ventormenta
que la mismísima peste, Chambo. Sus fuertes brazos frutos de horas
de entrenamiento en los patios de Orgrimmar le permitían blandir en
el combate poderosas armas que guerreros normales necesitaban asir
con sus dos manos. Y finalmente, mirándolos con desdén fruto de su
creencia en que su fe le ponía un escalón por encima de algunos de
los toscos combatientes que tenia por compañeros, estaba la elfa de
sangre Reniara quien desde muy joven optó por seguir el camino de la
rectitud y ajusticiar a todos los enemigos de la luz sagrada.
Con
todos reunidos el líder tomó la palabra.
-¡Hermanos!
¡El gran momento ha llegado! Al fin nos encontramos frente al
traidor de Garrosh y hoy por fin se impartirá justicia. Preparaos
para morir, pues solo aceptando la muerte podremos luchar sin temor.
Id en busca del combate que os hará inmortales. ¡La gloria nos
aguarda! ¡Por la Horda!- Arengó Quincy a sus compañeros.
-¡Por
la Horda!-gritaron todos al unísono.
Y
con paso decidido atravesaron la sala donde Garrosh Grito Infernal
los esperaba sediento de sangre. Razar encabezaba el grupo, avanzaba
con paso decidido mientras su ropa se fundía con su piel. Los
colmillos crecían en su boca estirando su mandíbula hasta
convertirla en hocico. Cayó de rodillas al suelo cuando sus piernas
se doblaron, sus músculos se ensancharon, las costillas se
multiplicaron y un vello rojizo y duro como el cuero recubrió su
cuerpo. Por detrás, los dos cazadores susurraban ordenes a sus
mascotas y afinaban sus armas; los sanadores y Reniara, en la
retaguardia, cubrían de bendiciones a sus compañeros. Chambo
desenvainó de su espalda sus dos poderosas armas y el brujo repetía
maldiciones en voz baja listo para lanzarlas hacia su enemigo.
Mientras Xerp se transformaba en un espeluznante espectro oscuro.
Todos aguardaban enfrente a frente con su antiguo líder, convertido
ahora en su enemigo, la orden de Quincy para atacar. Con la mirada
fija en ellos, Garrosh se levantó de su trono asiendo su temible
hacha con una sola mano. Bajó los escalones del pequeño trono en el
que los había esperado y avanzó, mirándolos fijamente con un odio
infinito en su mirada, mientras arrastraba el hacha haciendo
rechinar el acero contra el suelo. A pocos metros del grupo alzó su
arma apuntando hacia ellos.
-Soy
Garrosh, hijo de Grom. Ahora os enseñaré que significa ser llamado
Grito Infernal. Preparaos para morir- sentenció repleto de ira
Garrosh.
Sin
esperar la orden, Razar se alzó sobre sus patas traseras, soltó un
rugido que hizo temblar el suelo bajo sus pies y se lanzó a la carga
contra su enemigo. Saltó hacia Garrosh, pero éste con rapidez
golpeó el costado del oso con el mango de su hacha, apartándolo de
si mismo y haciéndolo rodar hasta el medio de la sala. Acto seguido,
y antes de que Razar tuviera tiempo de ponerse en pie sobre sus
cuatro patas, saltó hacia él con el hacha en alto, dispuesto a
despachar con rapidez a su primer rival. Cuando el filo se iba hundir
en la carne del oso, el hacha se detuvo al topar con un escudo
invisible que protegía al desvalido tauren. Garrosh giró la vista
en busca de quién había salvado a su víctima y vio
a Buji concentrando sus energías en el aura protectora. Cuando
Garrosh se dispuso a correr a por la sacerdotisa, Razar mordió el
tobillo del antiguo Jefe de Guerra, provocando que la amenaza se
cerniera sobre él y no sobre la endeble pandaren. El hacha bajó con
fuerza sobre la cabeza del oso, pero a mitad de camino sus fuerzas
flaquearon, la maldición de debilidad lanzada por Arsiel facilitaba
que su amigo sobreviviera a los devastadores golpes que repetidamente
azotaban su cuerpo. El resto del grupo se dispunia a atacar
conjuntamente cuando llegaron los refuerzos en auxilio de su jefe.
Enormes guerreros orcos fieles a Garrosh se lanzaron a por ellos. El
primero llegó junto a Chambo, que esquivó agachándose con rapidez
un golpe de la poderosa maza que blandían. Girando sobre su talones
se colocó a la espalda del orco y cruzó sus brazos sobre el pecho,
sujetando sus dos hachas, para acto seguido abrirlos con fuerza hacia
fuera, haciendo que el filo de ambas se cruzara en el cuello del
ahora decapitado orco. Con la cara salpicada por la sangre de su
enemigo se dispuso a encarar al siguiente rival que se acercara.
Mientras tanto, el enorme lobo de Bullx se lanzó a por un guerrero
que se acercaba peligrosamente por la espalda a su dueño. El animal
lo derribó al suelo sin darle tiempo a reaccionar y clavó sus
largos colmillos en su garganta, mientras cerraba sus fauces, y
desgarrándole la tráquea al tirar hacia atrás con fuerza. Bullx,
ajeno a lo que había pasado, y Quincy, clavaban flechas en las
cabezas y corazones de todo aquel que no estaba a cubierto. Por su
parte Reniara imbuida por el poder de su fe asestaba mandobles
purificando los cuerpos de los orcos que caían a sus pies. Tan
enfrascada estaba en el fragor de la batalla que no se dio cuenta de
que dos guerreros la habían rodeado. Paró con habilidad el primer
mazazo a su costado, pero no pudo hacer nada por evitar el segundo,
que impactó de lleno en su pecho, atravesando
la armadura y hundiéndose en su pecho, haciéndola volar por los
aires. En el suelo, moribunda, sentía como la sangre fluía entre
sus costillas rotas. Pero cuando la oscuridad iba inundar su vista,
un cálido abrazo recorrió su cuerpo. Notó como sus costillas se
recomponían y sus heridas se curaban. Con renovada energía
agradeció a Pandaring la ayuda y se dispuso a vengar sus heridas,
pero cuando fijo la vista en los dos orcos vio como Xerp ya se había
encargado de ellos haciéndolos
morir agonizando de dolor.
-No todo
es luz en este mundo amiga. A veces un poquito de oscuridad facilita
las cosas- dijo la sacerdotisa sombría a la paladín mientras le
guiñaba un ojo.
-Callaros
y luchad. Ya he muerto una vez y no pienso hacerlo una segunda- dijo
Markilol mientras destripaba al último orco que quedaba en pie.
-Yo
he visto el futuro de la Horda. ¡Mi Horda!- gritó Garrosh iracundo
antes de invocar los poderes del corazón que pendía del techo y
transportó a todos al Templo de Dragón de Jade, en el reino de
Y'Shaarj.
En
el patio del templo los rodearon unos espectros oscuros,
encarnaciones de pura maldad, que encogían los corazones de los
héroes haciéndoles
dudar de si podrían vencer. Haciendo acopio de un gran valor
avanzaron se sobrepusieron y con paso firme y entre hechizos,
maldiciones y mandobles doblegaron a las criaturas.
-Da
igual a donde nos lleves. Puedes escoger donde morir, ¡Pero yo
escogeré cuándo lo harás!- le gritó Quincy a Garrosh.
Tensó
su arco y una certera flecha se hundió en su clavícula. Garrosh
trastabilló hacia atrás, pero se mantuvo en pie, y con una mano
agarró la saeta por su extremo y la tiró con desdén al suelo. La
herida era superficial pero le causó la suficiente distracción para
que Arsiel lanzara una descarga de las sombras que impactó en la
cabeza del temible orco haciendo que perdiera la concentración y
devolviendo al grupo a la sala del trono en Sima Ígnea.
Garrosh,
ya recuperado lanzó una maldición a Quincy, turbando su mente hasta
volverlo en contra de los suyos. El cazador, desposeído de toda
voluntad y abrumado por un infinito dolor que lo mataba segundo a
segundo contagiaba a cualquier compañero que estuviera cerca,
corrompiendo el alma de Bunji, que se hallaba
a su lado. De pronto, Xerp, gracias a su dominio del control mental
se le ocurrió una idea salvadora.
-¡Rápido,
tenemos que sacarles de su trance o morirán! Hay que hacer que
sientan algo más a parte de su angustia.
-De eso
me encargo yo -dijo Bullx con una sonrisa maliciosa.
Sin
decir nada mas, tenso su arco mientras susurraba una orden a su lobo.
El animal salió corriendo y mordió con fuerza el brazo de Bunji
mientras la flecha lanzada por su amo se clavaba en la pierna de su
amigo Quincy. El dolor provocado por las heridas los sacó a ambos de
su trance, y tras maldecir a Bullx (pese a que sabían que lo había
hecho por ellos) y recibir las curaciones de Pandaring, volvieron al
combate para ayudar a Razar, que seguía enzarzado en un terrible
cuerpo a cuerpo con el líder orco que giraba sobre su talones
repartiendo golpes en un torbellino imparable de furia. El grupo
centró sus ataques debilitando a Garrosh que, cuando parecía que
iba a caer vencido, invocó de nuevo el poder del corazón
convirtiéndose en un avatar gigante de si mismo, como un dios de la
guerra alzado entre mortales. Al ver el terrible poder absorbido
por el orco, los valerosos héroes retrocedieron unos pasos. No por
temor, si no para evaluar la nueva amenaza que se cernía sobre
ellos. Sin dejarles tiempo para pensar, Garrosh se abalanzo hacia
Markilol, que agilmente rodó por el suelo para evitar un tajo que lo
habría partido por la mitad. Razar rugió, alzado sobre sus patas y
mostrando su pecho al descubierto, para volver a atraer la atención
de su rival. Éste cegado por la ira que le consumía se giró a por
él volviendo a retomar el combate entre ambos. Garrosh, aún
superado en número, era la mayor amenaza a la que se habían
enfrentado y sabían que un simple descuido, un paso en falso, los
llevaría a la muerte. Este riesgo era aún mayor ahora que había
recibido los poderes de Y'Shaarj.
Garrosh
se separo de Razar de con una patada en el pecho del druida y
aprovechó para sacar de su cintura un hacha arrojadiza profanada por
oscuros hechizos. La lanzó a la zona donde se encontraban los
atacantes a distancia, y por ende los mas endebles, con el fin de
segar unas cuantas vidas y decantar el combate a su favor. Los
campeones de la horda se apartaron de un salto y rodaron por el suelo
evitando el impacto, pero del suelo donde se clavó el hacha una
oscuridad manó, profanando el terreno y avanzando inexorablemente
hacia ellos.
-¡Xerp
destruye el arma antes de que no tengamos una zona segura que pisar!-
ordenó Quincy a su compañero.
El
sacerdote sombrío canalizó todo el daño que pudo hacía el arma
hastaque la rompió en mil pedazos, justo antes de que el suelo
profanado alcanzara a sus amigos.
Garrosh,
viendo que habían destruido su arma profana invocó una última vez
los poderes de Y'Shaarj y transportó a todo el grupo a lo alto de
los muros de Ventormenta, buscando un campo de batalla mas propicio.
-Tenemos
que acabar con esto o moriremos todos aquí.- advirtió Reniara.
-Necesito
un tiro limpio...- añadió Quincy.
No hizo
falta decir nada más. El grupo se abalanzó a por la abominación
gigante en que se había convertido Garrosh. Chambo se deslizó por
el suelo y de un certero tajo cortó los tendones del tobillo del
Orco, haciendo que hincara la rodilla en el suelo. Como recompensa,
un poderoso puñetazo la lanzó contra la pared quedando inconsciente
por el impacto. Aprovechándose de que su enemigo estaba agachado
Reniara clavó su espada en el antebrazo sujetando la extremidad que
había golpeado a su compañera. Garrosh, furioso, golpeó con el
hacha que portaba en la otra mano la cabeza de Razar que quedó
tumbado y medio aturdido. Con dos compañeros fuera del combate era
el momento de matar o morir. El lobo de Bullx se tiró a por el hacha
de Garrosh y quedo colgado de ella mientras era zarandeado de
izquierda a derecha a medida que orco daba tajos a sus enemigos.
Arsiel empezó a drenarle la vida, provocando que sus golpes fueran
mas débiles. Por su parte Markilol congeló con su poder de escarcha
el brazo que portaba el hacha dejando al orco inmovilizado.
-¡Ahora
Quincy!- le gritó Buji.
El
cazador tensó su arco, inspiró
hondo apuntando a su objetivo y mientras exhalaba liberó la flecha
que se dirigió firme y letal hacia el pecho del orco. La punta se
hundió profundamente en su cuerpo y Garrosh Grito Infernal, hijo de
Grom y antiguo
Jefe de Guerra de la Horda, hincó la otra rodilla antes de
desplomarse sobre el suelo ante los nuevos héroes y salvadores de
Orgrimmar.
Gracias a:
Jorge Morano
Jorge Morano
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